El alma de los perros

El alma de los perros
¿Tiene alma nuestro perro? ¿Es esa alma igual a la nuestra?


¿Es un ser espiritual o sólo un conjunto de vísceras y órganos que le permiten vivir? Desde la más remota antigüedad, filósofos y médicos se preguntan sobre la existencia en los animales de un alma semejante a la humana.

Para cualquier aficionado a los perros estas preguntas son superfluas. ¿Acaso nuestro perro no experimenta emociones semejantes a las nuestras? La humanidad se ha estado interrogando durante siglos sobre si los perros tienen sentimientos como la lealtad o la culpabilidad y si realmente experimentan emociones como la alegría o la tristeza. Los psicólogos llegaron a tachar de primitivo el pensamiento compenetrado de parentesco entre el hombre y el animal, el antropomorfismo en el que el alma animal se nos aparece transparente y accesible a nuestra intuición. Una de las polémicas más encendidas discute si los perros piensan o son meras máquinas biológicas que responden a los agentes externos, como pretendía Descartes.


Hoy sabemos que la participación del hombre en la naturaleza no es diferente de la de las otras especies. Por suerte, siempre existió una corriente de pensamiento en este sentido. La filosofía naturalista de Empédocles y de Lucrecio, la filosofía de Leibnitz y la ciencia misma con la teoría de la evolución de Darwin han dado apoyo racional a este sentimiento de la continuidad universal. Frente a ello, otra corriente de pensamiento tiende a separar al hombre del mundo animal, son las doctrinas morales y religiosas que prohíben toda comparación entre los animales, criaturas que son tan sólo un juego de Dios y el hombre, que aquel hizo a su imagen y semejanza.


Respeto por los seres vivos


El primer pueblo verdaderamente amante de los animales fue Egipto, que fascinado por la naturaleza cuidó y domesticó una sorprendente variedad de fauna, como perros, mangostas, gatos, escarabajos, leopardos, ranas y aves. En sus templos hay reproducciones de muchas especies animales y sabemos que para los egipcios la imagen del sujeto representado tenía las mismas cualidades que ese sujeto, por lo que no son meras representaciones artísticas, sino expresión de su respeto por el alma animal. Muchos de sus dioses tienen apariencia animal, son las esfinges con cabeza de carnero de Karnak, la diosa Sekhmet con cabeza de león, Bastet la diosa gato… En todos los templos se encuentran reproducciones de hombres con cabeza de ibis, halcón, cocodrilo, león, carnero, vaca, pues para ellos lo humano y lo animal se encontraba estrechamente emparentado. En Egipto los animales no estaban todavía degradados a seres inferiores sin alma.


Un filósofo de carácter legendario, Pitágoras, que vivió por al año 530 antes de Cristo, sostiene que los animales tienen un alma idéntica a la humana y que sólo las diferencias corporales existentes con los humanos impide que hablen. Pitágoras defendía la metempsicosis, esa doctrina que hace a las almas transmigrar de un cuerpo a otro, de modo que hoy podemos ser humanos y mañana habitar el cuerpo de un pastor alemán. Y Empédocles desarrolló una filosofía biológica en la cual los seres son mortales pero su alma es eterna. Para él lo primero que hubo fueron los árboles y el alma de los árboles, los animales y el alma de los animales, luego el hombre y su alma. Creía en la transmigración de las almas y dice de sí mismo: “Yo he sido en otro tiempo muchacho y muchacha, un arbusto y un ave, y un pez mudo en el mar”.


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